Este fin de semana he podido ir a ver la nueva película del director indio M. Night Shyamalan.
Lo primero que me dejó un poco desanimado fue que estábamos casi solos en la sala (siete personas para ver una película me parece bastante triste). Pero esto seguramente fue bueno para poder disfrutar del ambiente hostil y desasosegante de la cinta, sin el alboroto, las risas y los grititos de adolescentes, que buscan el susto fácil.
La película es extraña, en concepción, puede que incluso crítica con los valores del mundo del entretenimiento, al contraponer el estilo documentalista de la niña, con vivir un reality televisivo, como quiere el niño. Pero lo realmente interesante es que nos devuelve al director que me encantó en sus primeras obras, con su peculiar estilo, giros de guión y una idea que puede ser más aterradora que un asesino en serie: la senilidad que nos acecha a todos.
No es perfecta, ni para todos los paladares, especialmente para los que quieran ir a ver una película de terror al uso, pero tiene ese toque Shyamalan, que se echaba de menos en sus últimos estrenos.
M. Night Shyamalan ha vuelto.
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